La protección maternal es un rasgo característico de los mamíferos, es ese comportamiento que adoptan la mayoría de las madres para alejar del daño a sus hijos, pero ¿hasta qué punto el daño es un hecho y hasta qué extremo es un invento de la madre para no sentirse abandonada?
Cuando una mujer da a luz, crea un vínculo instantáneo con su bebé, es algo biológico que le desarrolla la intuición de protección.
Conforme avanza la vida, unas madres suelen adaptarse al “destete”, de forma natural o por aprendizaje forzoso (que el hijo rechace su protección), pero otras, jamás se adaptan o, incluso, no lo aceptan, y, entonces, viene la sobreprotección maternal que crea individuos inseguros.
La sobreprotección se vuelve una enfermedad cuando, la madre no tiene una vida individual, social o profesional satisfactorias y busca satisfacción en la persona a la que ha puesto en primer plano para que así sea: su hijo.
El hijo sobreprotegido, por un fenómeno sociológico reconocido como «doble vínculo·», acepta esta sobreprotección intuyendo que. algo no va bien y forma una personalidad que le lleva a no estar seguro de las decisiones que toma en su vida. Mientras tanto, la madre adopta un rol cada vez más victimista que la hunde en el sufrimiento en el de las personas, si es el caso, que tiene alrededor, como pareja, amigos e, incluso, otros hijos.
En este espiral tóxico es muy probable que el hijo sobreprotegido tenga relaciones disfuncionales, sobre todo, relaciones de pareja, donde, ninguna mujer le va a ser suficiente, creando un estancamiento y frustración para las que no está preparado y, la madre se vuelva su referente sin escapatoria.
Ambos, madre e hijo, llevarán una vida infeliz estando juntos o separados, porque nada que provenga de la represión, dependencia emocional o psicológica extrema es algo positivo.
La verdadera relación ente madre e hijo es aquella que, de forma pacífica, acepte la personalidad y el espacio y los lleve a actuar con respeto en las decisiones que cada individuo toma.