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Un líder de opinión era poderoso gracias su halo de perfección, antes de la llegada del comunismo digital con las redes sociales 3.0, tenía un charming capaz de desarmar con su alta notoriedad las más fuertes barreras. Hoy, ese concepto ha degenerado a un influencer, quien, mientras más torpe parezca, al parecer, mejor le va. 

La enorme tendencia de la juventud a la rebeldía se potencia en el mundo digital en transición, que experimenta con ese cluster de audiencia, creándonos neo héroes llamados influencers cuyo poder está llegando a su fin. 

La luz del conocimiento pretende tocar a este héroe o heroína digital, pero no se deja porque está entretenido bailando en Tick-tock, y es que el entretenimiento es sano, pero lo que no lo es, es que una generación entera caiga en el embrutecimiento, mientras una minoría se concentra en prepararse para dominar el mundo del que luego se quejarán estos neo hippies.

Y así, se va fraguando el cambio, la transición a la nueva era digital, la verdadera disrupción que nadie entiende y que tampoco se molestan en conocer porque, simplemente, están reivindicando libertinaje en lugar de libertad y desnudándose por un like. En fin, bienvenidos al fin del influencer y menos mal.