La idea romántica de la justicia ha llevado a los pueblos a combatir por la defensa de sus ideales y a librar devastadoras guerras para poder vencer a un tirano opresor.
Entre tanto, un grupo desprovisto de valores, se mueve en el oportunismo, lo que nos lleva a pensar que las guerras se originan por la ambición de ese grupo sin valores.
Ese grupo es especulador, se beneficia de las situaciones de necesidad extrema y suele estar formado por quienes jamás renunciarán al lujo, incluso, levitarán en los destellos del oro por encima de los cadáveres de sus compatriotas.
El descaro es la bandera que ondea en la casa de los secuaces que, con ínfulas de grandeza, vociferan sus triunfos en el negocio del que se benefician las guerras, el lujo.
Y es que lujo es llenarse de prendas de oro, diamantes o rubíes, ir a los lugares más exclusivos, comer delicados manjares y codearse con las figuras más inalcanzables, pero, en guerra, a un coste mucho más elevado, el de la conciencia, esa que se pierde y que jamás se recuperará porque se ha regalado en tiempos de guerra.
Lo peor de los casos, es que esa conceptualización del lujo atrae a un cierto tipo de oportunistas, quienes con sentimientos de frustración o de inferioridad se llenan de la ambición suficiente para cometer atentados a la ética con tal de acceder a ese lujo que jamás obtuvo por méritos, pero que del que sí se beneficiará por su cruel y envidia.
